miércoles, 26 de septiembre de 2012

Aprender cada día un poco más de Seba era el placer de mi día a día. Era como encontrarte un trocito de chocolate en los insípidos cereales del desayuno, piensas que nada puede alegrarte el día y un pequeño detalle lo cambia todo. 
Así era Seba, como un libro que hay que ir leyendo poco a poco, de esos buenos libros en los que gustas de saborear cada palabra para que el placer de leerlo no termin

e nunca.
Y es justamente lo que me gustaba hacer con él, mirarlo con detalle para poder entenderle sin palabras, comprenderle con una mirada y poder llegar hasta su corazón desde lejos. Así fue como acabé rellenando mi viejo cuaderno con todas las manías y gestos que me sorprendían de él, que me hacían ver la vida desde otro punto de vista y darme cuenta cada vez más de lo maravilloso que es.
Como cuando antes de llevar a la mesa nuestras tazas, las gira para que las asas queden mirando hacia la izquierda. Nunca le he preguntado por qué lo hace, así se perdería el misterio de su encanto. Pero me gusta pensar que de ese modo, al coger las tazas a la vez de la misma forma, es como si los dos fuésemos el reflejo del otro. Un espejo en el que mirarnos y asegurarnos de que seguimos siendo la misma persona en cuerpos distintos. Y no sé a él, pero pensar que nos amamos tanto, hace que el té sepa más dulce y entre mejor.
Cuando llega de la compra, se saca el ticket del bolsillo y antes de tirarlo a la basura, se fija haber cuanto gasto,para después pasarle la cuenta a la madre y luego lo hace bolita y lo arroga al interior de la papelera. A veces le falla la puntería y deja el suelo de la cocina con bollitos de papel. Entonces los recojo y se los lanzo para que sepa lo mucho que me gusta que sea él mismo.
Y así, escribiendo como lo hago, tendré que comprarme pronto otro cuaderno si quiero seguir anotando las curiosidades que convierten mi Seba una persona única, de esas que hacen que cada día sea un trocito de chocolate en los insípidos cereales.

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